Diciembre de 2012, fue una noche mágica, todo estaba listo para recibir mi presente de navidad. Había vuelto de pasar unos días con mi familia. Unos días llenos de magia, alegría y mucha ilusión. Y ahí, estaba yo, como cuando era niño, con esa emoción, expectación y sorpresa. Al abrir la caja, mi ojos se llenaron de lágrimas por la emoción de ver el mejor regalo que he podido tener: Una varita mágica. Sí, mi varita mágica de mago.

Desde pequeño he creído que somos seres especiales, seres auténticos y mágicos, pero al crecer, nos hacen creer y nos hacen sentir que eso es mentira que es cosa de niños, que no existe. Tenemos que olvidarnos de ser niños para poder ser adultos, ser “realistas”, comprometidos a vivir la vida que quieren que vivamos. Sí, aunque no lo queramos ver, nos programan para dejar de creer en nuestra magia, descuidar nuestro niño interior y dejar de sentir, con lo cual, dejamos de creer en nosotros mismos y dejamos de crear, de sentir y de fluir.

Me encanta lo que dice Rosetta Forner, una Hada que en mis momentos más oscuros me hizo recobrar el sentido de la vida y ver las cosas desde otras perspectiva, a través de sus libros. Ella dice en su  libro cuento de hadas para aprender a vivir: “Si a alguien se le ocurriera decir que es un ángel o un hada experimentaría miradas de incredulidad, de compasión o de espanto. Dado que nos gusta ser aceptados en nuestra comunidad y queridos por nuestros semejantes, acabamos por ocultar la verdad que mora en nuestro corazón, y preferimos traicionar nuestra integridad antes que exhibir nuestra verdad y compartirla con aquellos que también están deseando reunirse con sus hermanos de alma. Si todos ocultamos quiénes somos, si nadie se atreve a compartir su verdad, acabaremos por olvidar la naturaleza de nuestra luz y la misión de nuestra alma.”

Te invito a que despliegues tus alas, encuentres tu varita mágica o busques aquella pequeña bolsa con esos polvos mágicos para comenzar tu auténtica vida. Está en tus manos.

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